A TRAVÉS DEL ARTE
¿Qué relación hay entre el concepto de espacio y el arte?
Durante la época renacentista, el descubrimiento de la
perspectiva significó el descubrimiento definitivo del espacio, del espacio
tridimensional.
Pero ya a finales del siglo pasado, el punto de vista de la
perspectiva clásica comenzó a ser desechado por ciertos pintores que, de manera
intuitiva, sentían la necesidad de dar a sus creaciones una base más actual y
verdadera. Paul Cézanne (1839-1906) fue el primero en apartarse de dicha
perspectiva, dando cabida en sus cuadros al factor tiempo. Al utilizar una multiplicidad
de enfoques, desecha el concepto unifocal de la perspectiva vigente hasta esos
momentos. Y al introducir en sus obras esa visión plural, varios puntos de
vista, Cézanne inicia, en cierta forma, uno de los temas estéticos que años más
tarde desarrollará el cubismo.
(les oignons roses, Cézanne) el cuello de la botella que aparece en este
cuadro está visto a la altura del ojo; en cambio, la copa que se halla a su lado
está observada desde arriba, como si el ojo estuviera encima de ella.
Los pintores cubistas, por su parte, sintieron hondamente la
insatisfacción de la perspectiva tradicional e intentaron expresar la cuarta
dimensión superponiendo las imágenes de un mismo objeto, representando desde
diversos puntos de vista, y proyectando el conjunto en un mismo tiempo, es
decir, como si todo se viera simultáneamente. Según esta tendencia pictórica,
la realidad del objeto no se agota en las tres dimensiones de la perspectiva
clásica y para representarlo en su integridad sería necesario un sinfín de
perspectivas desde infinitos puntos de vista.
Hay, por lo tanto, en el cubismo un desplazamiento del
ángulo visual y, en consecuencia, la certidumbre de la cuarta dimensión, de la
relación espacio-tiempo. Pero una obra cubista, por este afán de concentrar los
distintos momentos de captación de un objeto en un momento único, da sin
embargo la sensación de una belleza estática. O sea, que el fenómeno de la
cuarta dimensión permanece fuera del cuadro y no en su interior. Al tener
varios puntos de vista, aparece el elemento “temporal”, puesto que en un mismo
instante es imposible obtener diferentes perspectivas.
Sin embargo, y casi simultáneamente con el cubismo,
surgieron obras en las cuales la dimensión temporal o el movimiento no
permanecía ya fuera del cuadro. Me refiero a las primeras acuarelas abstractas
de Kandinsky y a los discos de Delaunay.
El pintor ruso Wassily Kandinsky (1866-1944) creó obras en
las cuales las formas abstractas parecen nacer con entera libertad, pero, en
realidad, se someten a un puro juego dinámico, obtenido mediante el
entrecruzamiento de líneas y colores.
Por su parte, Robert Delaunay (1885-1941) se liberó del
cubismo y creó una nueva tendencia, el orfismo.
“La alegría extraña y deportiva, la voluntad de glorificar
todo lo que es movimiento, de confundirse con este mismo movimiento, de
determinarlo por una sucesión de choques, todos estos rasgos nos llevan a
relacionar a Delaunay con la estética y aún con la ética de los futuristas (…)
Delaunay pronunciará la palabra esencial: la energía pura. Pues si el mundo es
color, también es movimiento, y un análisis estático no puede satisfacer un
ardor hecho para simpatizar con todas las fuerzas. Los ángulos de las primeras
geometrías se redondean y giran…” (Jean Cassou)
Este pintor francés declaraba que usaba el color en su
expresión giratoria, pues para él la forma surgía del ritmo dinámico y circular
del color. En cambio, en la pintura cubista, nos encontramos con “una belleza
de armonías estabilizadas”, contemplamos en ella “una forma de eternidad”
Ahora bien, quizá sea más lógico denominar a esta pintura
(como lo hace Jean Cassou) cubista-futurista y no sólo cubista. Pues fue
justamente el futurismo el que se opuso a toda apariencia de eternidad, a toda
pintura de estados estáticos. Recordemos que esta tendencia intentó
transcribir, en términos plásticos, la vehemencia del movimiento, valiéndose
para ello de la geometrización de planos, la fragmentación de la luz y la
simultaneidad de las imágenes.
Fue tal la fiebre dinámica que se apoderó de los artistas
del futurismo que, en uno de sus muchos manifiestos afirmaban que no sólo
querían dar al espectador la sensación de movimiento, sino que pretendían,
además, su participación en tal movimiento: “El deseo de intensificar la
emoción estética, fundiendo de alguna manera el lienzo pintado con el alma del
espectador, nos lleva a declarar que éste debe ser situado, a partir de ahora,
en el centro del cuadro. El espectador no asistirá, sino que participará en la
acción (…). Las líneas-fuerzas deben envolver y arrastrar al espectador, quien
estará, en cierta forma, obligado a luchar con los personajes del cuadro”.
(ejemplo Boccioni) ¿cómo no mencionar el barroco cada vez
que se aborde el tema del movimiento en las artes?¿Y cómo, también, no
remontarse retrospectivamente hasta el arte prehistórico, en el que se dan
muestras de un dinamismo sorprendente, como en las animadas escenas de caza?
Pero nuestro propósito es circunscribirnos a nuestro siglo.
Además, en este camino en que la especialidad se transforma
en una “aventura en el tiempo”, aparece otro artista, también italiano, Toti
Scialoja, que crea un ritmo necesario, una escansión irrenunciable en la
apropiación de la dimensión temporal, dentro de los límites de una superficie,
es decir, dentro de la bidimensionalidad.
Y detengámonos también en la obra de Victor Vasarely, pintor
húngaro, quien en 1954 afirmó: “La era de las soluciones estrictamente
bidimensionales muere lentamente; la unidad forma-color accede al espacio e
integra en sus dominios dos nuevas nociones, particularmente el movimiento y la
duración temporal”. Vemos, pues, que en este rechazo de la bidimensionalidad se
decreta, en cierta forma, la muerte de toda pintura concebida como una
“superficie plan cubierta de colores”, y se tiende a valorizar la escultura
pensada como movimiento o temporalización del espacio.
Anotemos, como simple dato ilustrativo, que Vasarely es el
creador de obras cuya composición cambia a medida que el espectador se
desplaza. Son en realidad obras “abiertas”, en las cuales la imagen plástica
está en continuo devenir.
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